miércoles, 6 de julio de 2016

¡Basta de quejarse!

Lamentarse no tiene sentido. ¿Para qué te lamentas? ¿Qué pretendes conseguir? Responder a estas preguntas con honestidad es muy importante, pues nos permite ver la sinrazón de semejante actitud. Toda idea que traigamos a la mente se refuerza. La lamentación es el sufrimiento psicológico de aquél que se percibe como víctima o verdugo de una situación en la que reconoce que algo ha ido mal, es decir: en desacuerdo con sus expectativas o deseos. Ahondar en la herida nunca sana –la hace más grande. Por eso, ni nos reprochamos nuestro mal hacer, ni nos quejamos por supuestas afrentas. La actitud correcta de la mente es siempre la afirmación positiva: alegrarse de lo bueno, o de lo bien hecho, para reforzarlo en nuestra mente, y perdonar o perdonarnos lo malo, y considerarlo simplemente un error.

El camino espiritual está lleno de alegrías, y en él no caben los reproches. Voy a poner un ejemplo:

Mantener la conciencia del “yo soy”, bien sea con los ojos cerrados –meditación, o con los ojos abiertos –centramiento, es una práctica habitual del yoga y otros caminos. Esta conciencia de uno mismo, como testigo de la experiencia o de los propios pensamientos, es constantemente interrumpida por el diálogo interno, que hipnotiza la mente y la hace olvidarse de sí misma. . Cuando despertamos de este trance y nos damos cuenta de que nos hemos quedado dormidos, bien sea absortos en una fantasía, o involucrados en una acción inapropiada –lo son todas las hechas sin conciencia, solemos tener un sentimiento de desazón y reproche. Nos decimos a nosotros mismos “¡otra vez perdido!”, y nos invade una sensación de culpa y torpeza.

Esa no es la actitud adecuada. Es cierto que cometemos errores, y los seguiremos cometiendo hasta nuestro despertar definitivo, pero la culpa, la desazón  y la pesadumbre, no nos ayudarán. Todo lo contrario. Son perversos mecanismos del ego que solo nos retrasarán en el camino, y además harán que este sea más difícil y sombrío.  Como problema adicional, proyectaremos inevitablemente esta culpa en los demás, y veremos insuficiencia y pecado en todas partes.


Hay una manera mejor. Cada vez que nos demos cuenta de que nos hemos quedado dormidos, perdonaremos instantáneamente ese error, lo dejaremos pasar sin considerarlo en absoluto, y celebraremos la vuelta a la cordura y la presencia. Nuestro camino será ahora más feliz, una perpetua celebración del despertar. Constantemente tendremos buenos motivos por los que alegrarnos cuando esto ocurra, y nos invadirá una íntima dicha. Experimentaremos cada vez el gozo, tanto del padre como del hijo, de la parábola del hijo pródigo. Hemos vuelto a casa. Hemos regresado a la conciencia pura que contempla el mundo real. Este hecho puede darse varios cientos de veces al día en la mente del buscador espiritual. ¡Cuántas ocasiones para alegrarse! ¡Cuántas razones para ser feliz!

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