Hoy
querría hablaros/hablarme de la urgencia e importancia de mantener constantemente
en la mente la idea de Dios. La práctica honesta de una disciplina espiritual tiene
que ser consistente en el tiempo y en la forma para progresar en el proceso del
despertar de la mente, el regreso a su estado natural. Cuando despertemos, nos
daremos cuenta de que no hay que hacer nada, pues lo que en realidad somos siempre
ha estado ahí, pero paradójicamente, para llegar a eso hay que hacer mucho, y
todo el tiempo. Esa seriedad de nuestra práctica espiritual es la que nos
llevará a nuestro objetivo, pues para purificar la mente tenemos que
concentrarla en una única dirección, y lo repito: todo el tiempo. El escenario
es muy claro. Nuestra mente está escindida en dos partes. Una de ellas vive la
idea perversa de que existe separada de todo, en un mundo en el que otras
mentes similares compiten para su beneficio particular. Esta mente engañada,
cuando se considera a sí misma, concibe un cuerpo, y cuando piensa en “lo otro”,
concibe el mundo, ambos símbolos y expresiones de su separación. Pero no es
feliz, nunca lo es. A veces, cuando consigue lo que cree desear, está relativamente
contenta por un rato, pues en ningún instante puede dejar de temer el perderlo.
La otra parte de la mente es la morada del Espíritu Santo, y conoce
perfectamente su naturaleza real. Vive en perfecta calma y espera pacientemente
el des-engaño de su contraparte. El desasosiego del ego es perfectamente
razonable. En realidad está buscando aquello de lo que la mente recta ya
dispone, y lo fabrica proyectándolo fuera en diosecillos, que son pálidas y
grotescas expresiones de la condición natural del Cielo.
A estas
alturas, ya sabéis perfectamente todo
esto, pero quizás no haya penetrado en lo más profundo de la conciencia la
imperiosa necesidad de trabajar para solucionar esta situación. Nuestras vidas
son patéticas. Sufrimos por nuestra ignorancia. No vivimos en el mundo, vivimos
en nuestras mentes, y podemos tener un control total ellas. Para ello, lo
primero que hay que hacer es tomar plena conciencia de que efectivamente esa es
nuestra situación. Luego hay que tener la firme voluntad de revertirla. Y
finalmente hay que decidirse por una determinada disciplina (sadhana) o
entrenamiento para enfocar la mente en una sola dirección durante un tiempo.
Los estudiantes de Un curso de milagros disponemos de una herramienta perfecta
para llevar a cabo este trabajo. Sí, es un trabajo. El único trabajo que merece
la pena emprender, el que da más réditos.
Hermanos,
os digo/me digo: la tarea es simple. Basta con recordar constantemente quiénes
somos en realidad. Somos quien ya dispone de todo lo que el ego realmente
anhela, solo que lo busca en el sitio equivocado. Para conseguirlo, es
necesario invocar emocionalmente esa
idea trascendental que todos hemos tenido alguna vez de ser algo más que un
cuerpo. A veces este ejercicio mental nos resultará difícil, y es entonces el
momento de cambiar a su opuesto, que funciona igualmente bien. En lugar de
afirmar lo que somos, negaremos lo que no somos. No somos nada de lo que se nos
pase por la cabeza, ni la idea más bastarda, ni la más sublime. Somos Dios, y
eso es inconcebible, incluso para nuestra mente recta. Es la experiencia de
unidad y de existir en el corazón de Dios. En el camino de la negación nos
abstendremos de juzgar el mundo de formas y cuerpos. No es necesario que
insistamos demasiado en su naturaleza ilusoria, pues negar la experiencia de la
percepción es un ejercicio agotador y casi siempre estéril. Basta con que lo
reinterpretemos y perdonemos de manera sistemática. La belleza de un amanecer,
el ataque de un hermano, la propia ira o el sufrimiento del mundo; todos son
contenidos de nuestra conciencia. No significa que los hayamos creado nosotros,
pero sí que hemos decidido cómo experimentarlos, y en consecuencia, cómo
reaccionar ante ellos. Esa es nuestra única libertad, la elección entre cuál
interpretación elegimos, la del ego o la del Espíritu Santo.
Yendo a
lo práctico. Una serie de consejos que ayudan a llevar a buen término “el trabajo”.
AL
EMPEZAR EL DÍA. Es conveniente empezar el día con una breve meditación. Leer la
lección del día ayudará a concentrar la
mente en una idea específica. Tenemos la suerte de disponer del Libro de
ejercicios, con un lema nuevo para cada día. Es interesante seguir las reglas
básicas de la meditación ortodoxa en lo que respecta a postura, relajación,
respiración y enfoque mental. Tengo bastante experiencia en eso. Si venís a las
reuniones, lo aprenderéis en una sola sesión.
DURANTE
EL DÍA. La actitud constante para todo y todo el tiempo, se llama “centramiento”.
En realidad, consiste simplemente en ser uno mismo. Es el estado mental de
posicionamiento en el “Yo soy”, es decir, yo soy el que es, sin atributos de
ninguna clase. El yo soy es testigo permanente de la alocada actividad mental y
no se identifica con ella. A la mente acudirán ideas locas, pero el yo soy no
se identifica con ellas. Por eso nos decimos: mi mente está preocupada; yo no. Mi
mente está deprimida; yo no. Mi cuerpo está enfermo; yo no. Y así sucesivamente
con todo lo que se nos pasa por la cabeza y perturba nuestra paz mental. Es el
no apego absoluto. Es una declaración de independencia y poder. Reclamamos nuestra
legítima herencia como Hijos de Dios y no nos dejamos engañar por el ego. Y
así, permanecemos confiados y expectantes a la llamada final de Dios. En realidad
consiste en un estado de meditación activa con los ojos abiertos. Así como en
la meditación formal “perdonamos” todas las ideas que se nos ocurren, durante
el día perdonamos todas nuestras experiencias. Quien piense que esta es una
manera escapista y apocada de vivir, le aseguro que no sabe de qué estoy
hablando.
La
conciencia constante del yo soy tiene dos efectos inmediatos. Por una parte
silencia la mente y permite escuchar a la voz del Espíritu Santo de manera
inequívoca, lo que lleva siempre a la acción correcta. Ahora sí que podemos
relajarnos de verdad. Hemos retirado el control de nuestras vidas a ese loco
pervertido y se lo hemos dado a Quien lo sabe todo. La vida transcurre perfecta
y se desarrolla por sí misma. La segunda
consecuencia de vivir el yo soy se vive a un nivel energético. Al ir eliminando
paulatinamente el diálogo interno, toda la energía empleada en mantenerlo se
pone a nuestro disposición a nivel físico, afectivo y mental. Nos volvemos más
fuertes en todos los ámbitos. Vemos con claridad, interpretamos rectamente, y nuestras
palabras cobran la seguridad de la certeza. Nuestras emociones ya no son
interesadas e infantiles, y de la conciencia del yo soy brota una genuina alegría
interior instantánea . Ahora somos capaces de amar con honestidad y madurez. Y
para concluir, nuestro cuerpo recupera una inexplicable energía física que
restaura la salud y la armonía.
Tener instalada
en el móvil una aplicación específica ayuda mucho. En español hay dos para
Android (lo siento, no tengo un iPhone), que se llaman igual “Un curso de
milagros”. La de Chi-Tao te presenta automáticamente la lección correspondiente
a ese día del año, y además tiene recordatorios sonoros correspondientes a las
horas establecidas en el Libro de ejercicios. La de Miracle-Apps no tiene eso
-¡qué pena!- pero se lee mejor y tiene un interesante chat para estudiantes. No
ocupan casi nada de memoria, así que podéis tener las dos. Yo uso una como
recordatorio, y la otra para leer. Los
que queráis tener aún más recordatorios, usad el temporizador del reloj del
teléfono.
ANTES
DE ACOSTARSE. Volvemos a recordar a Dios y rezamos. Les entregamos nuestra
mente a Jesús y al Espíritu Santo para que trabajen en ella y la sanen mientras
dormimos. El día ha concluido y nos vamos tranquilos a la cama sabiendo que
hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos por la salvación del mundo.
Como
dice el Curso: el mundo está muy cansado. No retrasemos su despertar. Seamos
miembros hiperactivos de una cruzada para salvar al mundo…en nuestras mentes.
Merece la pena. Nada merece más la pena que esto. Todo lo que no perdonemos, lo
repetiremos. No es una amenaza. Es un hecho. Y los beneficios, no ya de
despertar, sino simplemente de trabajar en ello, son inmensos. Enseguida percibimos
un sentimiento de sentido en nuestras vidas. Ya no se duda. El camino es
certero. El final, inevitable. La paz, poco a poco se instala en nuestras
mentes, y sin darnos cuenta, empezamos a sonreír.
Con
todo mi cariño.
Gonzalo
No hay comentarios:
Publicar un comentario