EL CENTRAMIENTO
Me resulta imposible hablar del
centramiento sin mencionar a Antonio Blay, mi querido maestro de quien lo
aprendí, primero como una técnica, y luego como una forma de vivir.
El centramiento debe ser la posición
natural de la mente cuando no se está meditando.
Cuando no se está centrado, se
está descentrado.
Estar centrado es
responsabilizarse absolutamente de todo aspecto mental, afectivo y energético
de nuestra conciencia de ser, y expresarlo al límite de nuestras capacidades
SIEMPRE.
Antonio Blay decía que Dios, o lo
Superior, como él lo llamaba para evitar posibles rechazos en determinados
ámbitos culturales, puede entenderse como la expresión absoluta de tres
aspectos: ENERGÍA , AMOR e INTELIGENCIA.
El ser humano vive, sin embargo,
una expresión limitada de esas mismas cualidades que se encuentran en Dios de
una manera infinita. La autorealización consiste en la superación de esas
limitaciones hasta actualizar en sí mismo la misma naturaleza divina.
No se trata de convertir al hombre
en un superhombre (superego), sino que, mediante una honesta y genuina
aspiración, ir eliminando las ideas auto limitadoras por las que el ego se
define.
Podemos recordar aquí el
pensamiento de Ortega y Gasset que dice: "Nuestras convicciones más
arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen
nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión".
A esta tarea de actualización de
la verdadera naturaleza humana, Antonio lo llamaba “El trabajo”.
Antonio utilizaba la evocación
como la técnica clave para conseguir la expansión de la conciencia y la
experiencia de lo absoluto.
Mediante la evocación de
experiencias pasadas relativas a la triada, ENERGÍA, AMOR e INTELIGENCIA, y su
expansión consciente, el individuo se vuelve más potente, más amoroso e
inteligente.
El centramiento comienza con una
técnica mental muy específica que podemos sintetizar así:
- Evocamos una experiencia relacionada con una gran energía, por ejemplo el poder que se siente en la pista de un aeropuerto al lado de los motores de un avión a punto de despegar. Tomamos conciencia de esa energía y, olvidando al avión, nos quedamos con la sensación de energía de dicha experiencia. La sostenemos en la mente, nos familiarizamos con ella, y la expandimos todo lo que podemos. Entonces nos identificamos con ella y la hacemos propia. Yo soy eso, Yo soy PODER.
- Luego evocamos una experiencia afectiva que haya suscitado en nosotros un gran amor. Probablemente lo más fácil sea el recuerdo de alguien a quien amemos mucho o hayamos amado. De la misma manera anterior, expandimos la experiencia en nuestra conciencia, ahora ya sin relacionarla con alguien concreto, y la hacemos nuestra. Yo soy eso, yo soy AMOR.
- Finalmente la inteligencia. Quizás la más difícil. Aquí tenemos que evocar un instante de certeza en el hayamos experimentado una verdad, un descubrimiento, aunque sea pequeño. No es sensación ni sentimiento, lo solemos llamar lucidez mental. Y de igual manera, nos desprendemos del concepto concreto que nos trajo esa luz, e intentamos mantener esa experiencia estrictamente mental. En esta ocasión no hace falta expandirla, basta con mantenerla en el tiempo unos segundos y ella misma nos arrebata y eleva. Yo soy INTELIGENCIA.
Quizás la mayor aportación de
Antonio fue identificar la conciencia de ser como la triada de ENERGÍA-AMOR-INTELIGENCIA,
que en los humanos es limitada, y en Dios es absoluta, ilimitada, eterna.
Aquí una bonita meditación guiada por el propio Antonio.
Lo más importante de todo es darse
cuenta de que, una vez conseguido el estado de “conciencia de ser”, hay que
mantenerlo siempre, se haga lo que se haga. Esa es la manera apropiada de
vivir. La manera consciente y responsable. Todo lo que no sea eso, es estar
perdido en ensoñaciones y fantasías sin sentido.
La conciencia del ser trío se puede
y debe expresar perfectamente en la acción, en la que nos manifestamos como
poderosos, amorosos y lúcidos. Así, debemos estar centrados cuando caminamos,
conducimos, realizamos cualquier tipo de actividad, y sobre todo, sobre todo,
en las relaciones interpersonales. Cuando la vida se vive así, es más intensa,
más satisfactoria, con más sentido, en definitiva: más real. Una vida que sí
merece la pena ser vivida.
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