Lamentarse
no tiene sentido. ¿Para qué te lamentas? ¿Qué pretendes conseguir? Responder a
estas preguntas con honestidad es muy importante, pues nos permite ver la
sinrazón de semejante actitud. Toda idea que traigamos a la mente se refuerza.
La lamentación es el sufrimiento psicológico de aquél que se percibe como
víctima o verdugo de una situación en la que reconoce que algo ha ido mal, es
decir: en desacuerdo con sus expectativas o deseos. Ahondar en la herida nunca
sana –la hace más grande. Por eso, ni nos reprochamos nuestro mal hacer, ni nos
quejamos por supuestas afrentas. La actitud correcta de la mente es siempre la
afirmación positiva: alegrarse de lo bueno, o de lo bien hecho, para reforzarlo
en nuestra mente, y perdonar o perdonarnos lo malo, y considerarlo simplemente
un error.
El
camino espiritual está lleno de alegrías, y en él no caben los reproches. Voy a
poner un ejemplo:
Mantener
la conciencia del “yo soy”, bien sea con los ojos cerrados –meditación, o con
los ojos abiertos –centramiento, es una práctica habitual del yoga y otros caminos.
Esta conciencia de uno mismo, como testigo de la experiencia o de los propios
pensamientos, es constantemente interrumpida por el diálogo interno, que
hipnotiza la mente y la hace olvidarse de sí misma. . Cuando despertamos de
este trance y nos damos cuenta de que nos hemos quedado dormidos, bien sea
absortos en una fantasía, o involucrados en una acción inapropiada –lo son
todas las hechas sin conciencia, solemos tener un sentimiento de desazón y
reproche. Nos decimos a nosotros mismos “¡otra vez perdido!”, y nos invade una
sensación de culpa y torpeza.
Esa no
es la actitud adecuada. Es cierto que cometemos errores, y los seguiremos
cometiendo hasta nuestro despertar definitivo, pero la culpa, la desazón y la pesadumbre, no nos ayudarán. Todo lo
contrario. Son perversos mecanismos del ego que solo nos retrasarán en el
camino, y además harán que este sea más difícil y sombrío. Como problema adicional, proyectaremos inevitablemente
esta culpa en los demás, y veremos insuficiencia y pecado en todas partes.
Hay una
manera mejor. Cada vez que nos demos cuenta de que nos hemos quedado dormidos,
perdonaremos instantáneamente ese error, lo dejaremos pasar sin considerarlo en
absoluto, y celebraremos la vuelta a la cordura y la presencia. Nuestro camino
será ahora más feliz, una perpetua celebración del despertar. Constantemente tendremos
buenos motivos por los que alegrarnos cuando esto ocurra, y nos invadirá una
íntima dicha. Experimentaremos cada vez el gozo, tanto del padre como del hijo,
de la parábola del hijo pródigo. Hemos vuelto a casa. Hemos regresado a la
conciencia pura que contempla el mundo real. Este hecho puede darse varios
cientos de veces al día en la mente del buscador espiritual. ¡Cuántas ocasiones
para alegrarse! ¡Cuántas razones para ser feliz!
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