¿Existe
el mundo?
En
cualquier caso, la respuesta a esta pregunta depende del sistema de pensamiento
que utilicemos para responderla. Sin entrar en demasiadas profundidades, podemos
intentar responder preguntas más
simples, tales como: ¿Qué mundo conocemos? ¿Cómo lo conocemos? Este breve
artículo trata sobre eso.
Lo
primero que se nos hace evidente es que el mundo que conocemos está en nuestra
mente. Conocemos el mundo en, o con, nuestra mente.
Realmente,
llamamos conocer a “significar”, a encontrar significado en las cosas que
creemos percibir. El significado que tiene para nosotros.
En
realidad, el significado de las cosas es la definición que tenemos sobre ellas.
El conjunto de atributos que les hemos asignado. Estos atributos, en general,
suelen ser estrictamente funcionales y descriptivos. Hacen referencia a su
función, su utilidad y su propósito, y básicamente responden a la pregunta “Para
qué”. Para qué sirve esto.
Así, a una
taza se le asigna la función de contener líquidos para beber, habitualmente líquidos
calientes. Los distinguimos de otros contenedores similares por otra serie de atributos;
como su tamaño, su forma, el material del que está hecha, su color, o la
existencia de un asa para cogerla.
Tanto
su función, como sus atributos, han sido definidos, han adquirido significado,
por razón de su especificidad, es decir, su cualidad de ser diferentes de
otros, de estar separados de otros de su misma categoría. En términos
generales, podemos decir que hemos entrenado nuestra mente para percibir
contrastes, diferencias, a cada una de las cuales le hemos adjudicado un
significado específico, una determinada definición. Una especie de “etiqueta”.
Así,
usamos la mente asignando etiquetas a todo lo que creemos percibir, y a eso le
llamamos: la realidad.
Es
obvio, por lo tanto, que se trata de una realidad interpretada mediante el
establecimiento de etiquetas previamente definidas.
Otra
cosa interesante, es notar que todas estas definiciones las hemos “aprehendido”
o aprendido en el pasado. Así, cuando describimos el mundo que creemos percibir,
en realidad, estamos describiendo lo que aprendimos en el pasado, por eso,
podemos decir: “Solo veo el pasado”. Ideas o juicios realizados o aprendidos en
el pasado.
También
se puede ver con claridad que, aun cuando estos atributos y funciones pretenden
ser objetivos y absolutos, en realidad son arbitrarios y relativos. Un zapato
puede ser considerado grande por un hombre bajito, y pequeño por un hombre muy
alto. Un adulto puede que encuentre liviano un objeto que a un niño le resulta
pesado. Un coche sencillo puede ser considerado con desdén por alguien
acostumbrado a conducir coches de lujo, y una maravilla si es mi primer coche.
Esto es
muy interesante, porque nos permite entender dos cosas importantes:
Una.
Que los juicios o valoraciones de las cosas percibidas dependen del sujeto que
las percibe.
Dos.
Que su impacto emocional depende del juicio previo repercutido en una escala de
valores.
Si
ahora centramos nuestra atención sobre el sujeto que percibe, en lugar de sobre
la cosa percibida, también podemos llegar a una serie de interesantes
conclusiones.
El
sujeto perceptor también se considera a sí mismo sujeto percibido, y de acuerdo
a las mismas consideraciones antes expuestas, se interpreta a sí mismo y dice
que se “conoce” a sí mismo. Es decir, se asigna una serie de funcionalidades y
atributos. A eso se acostumbra llamar “ego”.
De
igual manera que como ocurre con las cosas percibidas, el perceptor se “cosifica”
a sí mismo y se interpreta con definiciones aprendidas, heredadas de otros, y
provenientes del pasado. El individuo ha sido “educado” para percibirse a sí
mismo de una determinada manera, para interpretarse y llegar a un “conocimiento”
de sí mismo que, en realidad, no es otra cosa que una serie de etiquetas que le
han sido asignadas por otros previamente, o por sí mismo. No solo se le ha
dicho “quién es”, sino también, cómo debe interpretar la realidad, y le han
explicado que ese proceso se llama “pensar”, cuando, en realidad, no es más que
asignar etiquetas de pasado a lo que cree percibir.
Este
funcionamiento de la mente de asignar etiquetas de pasado a lo percibido es un
proceso totalmente automático, y es totalmente arbitrario y relativo a la
educación recibida. Al ejercicio de ese proceso automático de evaluación de las
circunstancias interpretadas según la asignación de etiquetas de pasado, se le
llama “vivir”. Obviamente se trata de un proceso absolutamente condicionado
sobre el cual el individuo no tiene ninguna opción. Ha sido totalmente “programado”
para pensar que su vida es eso. La libertad individual, o la capacidad de la
mente para elegir entre diferentes opciones es una quimera. Es tan solo
aparente, pues la mente individual ha sido programada por la educación para
interpretar el mundo de una determinada manera. El problema, es que el
individuo ni siquiera lo sabe. No es consciente de que tanto su propia
consideración de sí mismo, como su interpretación de todo lo que percibe, es
fruto de la implementación de un aprendizaje. Por eso, el comportamiento humano
es totalmente previsible. Para prever lo que una persona va a interpretar,
sentir o hacer ante una determinada circunstancia, solo es necesario conocer
cuál ha sido su programación. El individuo la ejecutará dócilmente, pues no
siendo consciente de ella, nunca la cuestionará. Incluso aquellos que se ven a
sí mismos como inconformistas y rebeldes están “pensando”, sintiendo y actuando
conforme a lo que le dicta su programación específica, hija de su pasado.
De esta
manera, es muy fácil convencer a la gente de cualquier cosa y hacerles hacer o
sentir cualquier cosa. Solo es necesario conocerles lo suficientemente bien.
Siempre responderán de forma previsible y automática. Esto ocurre
constantemente en nuestro mundo, y mucha gente, en realidad, todo el mundo,
utiliza este método para conseguir sus propósitos, en algunos casos -los
políticos, las agencias de márquetin y publicidad- en el torpe convencimiento
de que poseen un tipo de saber “secreto” que permite conseguir de los demás
cualquier cosa, inciden en el colectivo humano para influirlos de cara a
conseguir sus oscuros fines. También los líderes “religiosos” lo hacen. Todos
ellos intentan vender un producto o una idea para conseguir un beneficio
personal, una posición de poder, o lo que aún es más peligroso, para “salvarte”
de alguna cosa.
En lo
que esos individuos no reparan, es que las motivaciones que les llevan a
semejantes comportamientos, son fruto del mismo tipo de programación, y que lo
que ellos mismos hacen también es previsible e inevitable.
Este
artículo se titula: El mundo real. Y con esto pretendo referirme lo que es “per
se”, no al mundo interpretado, que como hemos visto, es arbitrario, relativo y
subjetivo. Me estoy refiriendo al mundo que puede ser considerado de igual
manera por todas las mentes.
Aunque
pueda parecer un ejercicio trivial, que de hecho, debiera serlo; percibir lo
que es, lo que hay, se convierte en una tarea que entraña una enorme
dificultad, porque para ello es
necesario “desprogramar” la mente. En realidad, esta es la tarea de todos los
caminos espirituales y el objetivo de las más altas filosofías.
Tengo
que anticipar, querido lector, que aunque tu ánimo pueda estar bajo al
contemplar la deprimente situación en la que te encuentras, que para todo esto existe
una feliz salida. En realidad, todo se trata de un simple malentendido. Has
confundido lo que eres con lo que piensas que eres, y tú, querido lector, no
eres lo que piensas que eres, sino el que piensa lo que piensa que es.
Considera
esto con un poco de atención, y seguro que alguna luz aparecerá en tu mente. Es
evidente que no se trata de un ejercicio que estés acostumbrado a hacer. Nadie
te lo ha enseñado, ni siquiera te habían planteado esa necesidad o esa posibilidad,
pero la recompensa por hacerlo, se llama libertad, se llama el mundo real, Y
entonces, tanto tú como ello, os convertís en uno y lo mismo. Os convertís en
luz. Os convertís en amor.
Que así
sea.