Hola.
Me presento.
Soy un maestro de Dios.
Mi función es salvar el mundo.
Perdonándolo en mi mente.
Esta es una tarea que hago a lo
largo de lo que llamo “mi vida” de manera un tanto inconsistente.
Si lo hiciera perfectamente no
vería el mundo.
A veces consigo perdonarlo.
Y entonces mi mente está en paz.
Otras veces, muchas, me olvido
completamente de mi función.
Entonces, condeno, ataco, y sufro
ira.
El mundo también tiene una función.
Pero parecen dos.
Una es seducir.
La otra es atacar.
Por eso hay que perdonar esta
ilusión.
Mi condición de maestro no suscita
ningún tipo de emoción en mi mente.
No la considero importante en
absoluto.
Por eso no me emociona.
La llevo alegremente a cabo porque
tengo la certeza de que es lo que más me conviene.
Tengo una conciencia clara de un
cansancio que llevo arrastrando a través de muchas vidas, muchos sueños.
Se trata de una incomodidad
esencial que proviene de saber que no estoy donde me corresponde, en mi
verdadero hogar.
La nostalgia de mi condición
natural es mi única motivación.
Este es un estado que me ha
acompañado desde que tengo conciencia.
La experiencia humana siempre me ha
resultado incomprensible.
Nunca he entendido nada.
He coleccionado multitud de
explicaciones.
Pero conocer…
Solo he conocido mi propio ser.
Nada más.
Por eso no entiendo las formas, ni
sus atributos, ni el espacio, ni el tiempo.
También sé que no necesito nada de
todo eso.
Por eso lo perdono.
Lo dejo pasar.
Mi vida humana es ahora mayormente
satisfactoria, divertida y agradable.
Aun así, no deja de ser limitadora
e insuficiente.
Inapropiada para mi verdadera naturaleza.
Por eso espero con paciencia a que
se disipe.
A dejar de percibir.
Y simplemente ser.
Pues tal mi auténtica condición.
La dulce nostalgia me guía siempre
y me lo recuerda constantemente.
Es la pura dicha de ser que siento
cuando no pienso.
Cuando, simplemente, soy.
A lo largo de mi vida he perseguido
muchas ilusiones.
Y, eventualmente, siempre he
acabado desilusionado.
Pues tal es la naturaleza de las
ilusiones.
Todas mis ilusiones, de hecho,
estaban basadas en la misma expectativa.
Satisfacer mi nostalgia permanente
en el mundo de las formas, de las sombras.
Y nunca he tenido éxito.
Claro.
Me he buscado a mí mismo en los
sitios más inapropiados.
¿No son acaso todas las ilusiones
la misma?
El cansancio de la sempiterna
desilusión me ha llevado al perdón de las ilusiones.
A dejar pasar el mundo.
No tiene ningún mérito.
Simplemente, es una nueva
estrategia.
Otra ilusión.
Pero esta ilusión ya no me engaña.
Es la última.
Por eso perdono.
Conocí un Curso de Milagros hace muchos
años.
Llegó a mi vida en un momento de
gran perturbación.
Dada mi naturaleza, radicalmente
inquisidora, momentos como esos he tenido muchos en mi vida.
Siempre he hecho grandes apuestas.
Y siempre he perdido.
Con mi vida destrozada por esa
última pérdida, llegó el Curso.
Antes de eso había visto la luz en
muchas ocasiones.
Pero esta vez fue diferente.
Esta vez la luz vino para quedarse.
El Curso no era exactamente la luz.
Era, más bien, un instrumento de
luz.
Era una propuesta simple para
considerar al mundo siempre de la misma manera.
Como una ilusión.
Las ilusiones, en realidad, son
engaños.
La simple propuesta es la de no
dejarse engañar.
Y no tener en cuenta el mundo.
Porque no es real.
El mundo es una percepción compleja
y cambiante.
Por eso nunca lo he entendido.
Por eso tengo que dejarlo pasar.
Perdonarlo.
Al principio, el Curso también me
pareció complejo.
Me costaba entenderlo.
Pero como soy un fanático de la
luz, no podía apartarme de él.
Además, comprobaba que cuando hacía
lo que proponía siempre tenía paz.
Por eso comencé, poco a poco, a
aplicar sus propuestas a mi vida.
Y, poco a poco, mi vida comenzó a
cambiar.
No fue un proceso fácil, ni feliz.
Muchas cosas se derrumbaron a mi
alrededor.
Llegó incluso un momento en el que
lo perdí todo.
Hasta la razón.
Pero, poco a poco, llegué a la
cordura.
Esta vez no fue como las otras.
Ahora ya no me quedaba nada.
Y eso estaba bien.
Ahora era libre.
Al no tener nada, nada me
condicionaba.
Lo había perdido todo, pero había
encontrado mi libertad.
Al principio, no sabía qué hacer
con ella.
Podía hacer cualquier cosa.
Ir en cualquier dirección.
Pero no sentía ninguna motivación
para hacerlo.
Luego, no hacía nada.
Poco a poco (estos procesos suelen
ser lentos), empecé a encontrarle gusto a la vida.
Descubrí la pura y simple alegría
de ser.
Solo ser.
Solo ser era perfectamente
satisfactorio.
Y empecé a hacer cosas por el
simple placer de hacerlas.
Nada me parecía importante.
Porque yo mismo no me sentía
importante.
Si yo no era importante, porque
incluso la idea que tenía de mí mismo era una ilusión, nada lo era.
Las cosas, aun no siendo
importantes, estaban bien.
Porque yo estaba bien.
Entonces, empecé a entender.
No entendía nada en concreto,
simplemente entendía.
Era una especia de certeza muda que
siempre me acompañaba.
Era mi propia certeza.
Era yo.
Si me hacía una pregunta
específica, me llegaba una respuesta específica.
Aun así, sabía que ni la pregunta
ni la respuesta eran la verdad.
Aunque tenían su aroma.
El hacer se volvió fácil.
Natural.
Y feliz.
No tenía expectativas.
Nunca fracasaba.
Nada importaba.
Pero todo era satisfactorio.
Era, básicamente, un estado de
incredulidad.
En el que todavía permanezco.
A veces, sin embargo, aparecen
sombras en mi mente.
Y el sueño me arrebata.
Y creo en él.
Y siento ira.
Pero se disipa rápido.
Cuando tomo conciencia de que eso,
no me gusta.
Me he dado cuenta de que mi mente
todavía está un poco enferma.
Confunde el dolor con el placer.
Y cree que el dolor es placer.
Eso me ocurre cuando sueño y creo
que algo en el mundo es importante, es real.
Y entonces sufro.
Y siento ira.
Ahora, solo conozco dos emociones.
Gozo e ira.
El miedo, la angustia, la envidia,
el orgullo, la vergüenza, el amplio abanico de las emociones… no lo entiendo.
No entiendo los sentimientos
prevalentes en los seres humanos.
Por eso no siento ninguna simpatía
por ellos.
No puedo identificarme con ellos.
Aunque reconozco que me inspiran
una cierta ternura.
Entiendo por qué piensan como
piensan y sienten como sienten.
Todavía creen en el mundo de las
formas.
Todavía creen que el mundo es
importante.
Todavía creen que ellos mismos son
importantes.
Sé que sueñan sueños de miedo y de
carencia.
Lo cual es una lástima.
Que no siento.
También sé que no puedo hacer nada
por remediarlo.
Cuando intento disipar sus
fantasías, me atacan.
Creo que se sienten amenazados.
Que intento privarles de su turbio
placer.
Que en realidad es sufrimiento.
Por eso los perdono y sigo alegre
mi camino.
No tengo ningún control sobre sus
mentes.
Ese es su derecho, su libertad y su
responsabilidad.
Mi única responsabilidad es
gestionar con sensatez mi propia mente.
Nada más.
Por eso perdono al mundo.
También sé que es un asunto de
tiempo.
Eventualmente todos despertarán.
El tiempo es un recurso limitado y
se agotará.
Porque es una ilusión.
Mientras sigan creyendo en el
tiempo, lo seguirán creando.
Aun cuando el tiempo no sirve para
nada.
Pero aún sienten apego a ese oscuro
amor.
Piensan que el amor está donde no
está.
Y llaman amor a cualquier cosa.
Esa confusión tiene su lado
divertido.
Pero, esencialmente, es patética.
¡Qué le vamos a hacer!
Eso también cambiará.
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El Curso describe tres ámbitos.
El mundo, el mundo real y la
realidad.
De los tres, solo uno es real.
Los otros son ilusorios.
Incluso decir que SON ilusorios es
inapropiado.
Porque no son.
Desde dentro de la ilusión no es
posible entender que la ilusión es una ilusión.
Precisamente, porque es una ilusión,
y hasta el sujeto que se lo plantea es también ilusorio.
Por eso, en la realidad, no hay
nada que entender, solo ser.
Todos los fenómenos de la
conciencia son ilusorios.
Porque la conciencia es ilusoria.
La conciencia es la ilusión.
La ilusión de que hay algo de lo
que se tiene conciencia.
Esta explicación, como todas,
ocurre dentro del ámbito de la ilusión.
Por eso, también es ilusoria.
De hecho, ni siquiera ocurre.
Pensar que sí, es un malentendido.
Sin embargo, la conciencia de que
la conciencia es ilusoria trae paz.
A menos que el individuo se apegue
a la creencia de su propia existencia individual.
Que también es una ilusión.
Ese es un concepto difícil de
entender y raro de experimentar.
A mí me ocurrió una vez.
Obviamente, en realidad, nada
ocurrió, pues en la realidad no ocurren fenómenos, ni existe nadie al que le
ocurra algo.
Es, simplemente, una manera de
hablar.
Dentro de la ilusión.
Una mañana, cuando desperté del
sueño profundo, asistí al nacimiento de mi identidad.
Y lo comprendí todo.
De repente, en la conciencia,
surgió la idea de mí mismo.
El pensamiento de ser yo.
Y entonces vi con claridad el
malentendido.
En realidad, yo no vi el
malentendido, más bien, fue visto.
Lo cual, al ocurrir en la
conciencia, también es una ilusión.
Vi, cómo la conciencia confunde el
contenido del pensamiento con su forma.
La conciencia considera que la
forma del pensamiento es su contenido.
Así, si un pensamiento tiene una
forma determinada, cree en la existencia del contenido que la forma expresa.
Esa creencia es una falsa creación.
Es la creación de una ilusión.
Pero, claro, las ilusiones no
existen.
Luego no se crea nada.
En realidad, solo es un pensamiento
con una forma determinada, pero piensa que su contenido, su significado,
existe.
Obviamente, el contenido del
pensamiento es imaginario.
No existe.
La conciencia ha adoptado una forma
determinada que expresa un contenido significativo.
Pero solo es una alteración de la
conciencia.
Lo que esa forma de la conciencia
expresa es una ilusión.
Es una ilusión dentro de otra
ilusión.
Pues la conciencia es también una
ilusión.
Ocurre cuando el SER considera que
puede haber algo diferente de sí mismo.
Diferente de SER.
Lo cual es imposible.
No puede haber, existir, nada que
no sea SER.
Por definición.
Pero, aparentemente, el SER puede
considerar su propia ausencia.
Ausencia de SER.
Lo cual es una locura.
El origen de la conciencia.
El origen de la ilusión.
La ilusión es la conciencia de
ausencia de SER.
En nuestros términos, podríamos
decir que el mundo está construido con ausencias de SER, con ausencias de Dios.
Por eso, la gente habla de Dios,
pero nadie lo ha visto.
Jamás.
Porque Dios es real.
Pero la gente y su mundo, no.
Las ausencias no existen.
Por definición.
Pero puede parecerle que sí a la
conciencia.
También ilusoria.
En sentido estricto, no se puede
decir siquiera que la conciencia y sus contenidos son ilusorios.
Porque la conciencia no existe, ni
tampoco sus contenidos.
Luego no son.
Es como describir con sombras la
historia del mundo de las sombras.
Y las sombras no existen.
Pues son ausencias de luz.
Pero parecen estar ahí.
Como los fotogramas de una película
que cuentan la historia de personas “reales”.
De igual manera que una película no
es creativa, no puede crear realidad, la conciencia tampoco puede hacerlo.
Aun así, siempre hace referencia a
conceptos reales, que sí existen.
Podríamos decir que, de alguna
manera, la conciencia ilusoria emula a la realidad.
La idea no es fácil de entender,
pero el esfuerzo merece la pena.
Así, por ejemplo, la identidad de
Dios, en la ilusión, es la identidad del ego.
El ego es el dios de la ilusión.
La sombra de Dios.
La ausencia de Dios.
¿Qué queremos expresar en realidad
cuando decimos YO?
En realidad, decimos DIOS NO, YO.
Así, son propias del ego
expresiones tan hilarantes como: Dios y yo; Yo amo a Dios; Yo creo en Dios;
Cuando mi cuerpo muera yo estaré con Dios… y otras igualmente divertidas.
Tal como el concepto de ego
proviene del de identidad de lo real, igualmente la conciencia desvirtúa
conceptos reales y crea un amplio abanico de ilusiones que se expresan en sus
ausencias.
Así, en la ilusión también aparece
el amor, la verdad, el poder, la libertad…
Como son ausencias, se expresan
mediante aspiraciones, anhelos nunca satisfechos.
El ego, el héroe del sueño,
deambula en un mundo imaginario persiguiendo carencias.
La conciencia de esto, también en
sí misma una ilusión, es el fundamento del perdón.
La última ilusión.
El camino hacia la salvación.
A despertar en el Ser.
Acabo con el enunciado principal
del Curso de Milagros.
Amigos, lo real, lo que existe, no corre
ningún peligro, porque es.
Las ilusiones, ni existen, ni han existido
jamás, por eso no son importantes y hay que perdonarlas.
Y eso es todo.
Si tenéis esto en cuenta, aun cuando penséis
que sois individuos carentes en un mundo hostil,
disfrutaréis de la paz de Dios.
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A continuación, presento una
descripción simbólica de la cosmogonía de Un Curso de Milagros.
El color blanco expresa Luz, Realidad,
Ser, Verdad, Amor, Poder.
El color negro expresa ausencia de
luz, ilusión.
El color rojo expresa la conciencia
ilusoria, y lo que contiene es el ámbito en el que parece ocurrir la ilusión.
El perfilado negro y la sombra de
algunas palabras expresa la consideración de esos conceptos desde el ámbito de
la ilusión.
Las palabras en negro expresan
conceptos totalmente ilusorios.
Las palabras en gris expresan
conceptos ilusorios pero que, en cierta medida, expresan realidad.
Las palabras en blanco expresan
conceptos plenamente reales.
La posición de las palabras expresa
el ámbito en el que sus significados ocurren o parecen ocurrir.
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